Dos

Toti cumple dos. Dos es un hermoso número: es el primer número plural, es el que redobla la apuesta, es la entrada a lo que nunca más será uno. En tu caso, Toti, es el inicio de la niñez. En mi caso, es el festejo del momento en que dejamos de ser «dos en uno» para ser dos. Definitivamente.Tu nacimiento es el hecho que partió mi vida en dos: me transformó, por eso yo también festejo.

No hay globos, ni tortas, ni velas que puedan capturar la felicidad de este día. Celebramos el día en que tu tiempo pasó a ser la medida de mi tiempo, celebramos cada uno de los días que pasamos juntos: nuestras noches, el pediatra, la papilla, tus primeros pasos, tus balbuceos amorosos, tu entrada al jardín, tu caca y tu pis, tus carreras al aire libre, tu amor por Mateo, tu risa con dientes, tu condición de testigo de nuestra boda, tu oído prodigioso y tus berrinches sinigual.

Todo en dos años y, a partir de hoy, el niño se le planta al bebé. Feliz cumpleaños, mi amor. Que la dicha te acompañe, que los cumplas feliz.

In memoriam, David Viñas

Se me agolpa tanto sentimiento que la sincronía del lenguaje es un atentado a la expresión. Y justo cuando quiero homenajearlo en mi blog, que es mi palabra más personal, me quedo sin ellas.

Voy a intentarlo… Allá por el año 2003 mi vida profesional no era. Creo que lo sedujo mi osadía (que para mí era desesperación) cuando descaradamente le dije: «Yo quiero trabajar con usted, David». Después vino la prueba de fuego en La Paz cuando mis propios textos resonaban en su bigote evaluador… «Pensás bien, piba», y volví en mí. La adrenalina a flor de piel, con la sensación de que había que ser valiente para permanecer ahí y la certeza de que había que merecerse semejante compañero de mesa.

Creo que me tuvo cariño. La tana, la quilmeña, la réproba, la sensible, la separada, la anhelante eran las mujeres mías que lo estimulaban y con las que se divertía. Tal vez haya sido amistad, tal vez algo en mí disparaba algún recuerdo enterrado en el centro íntimo de ese hombre feroz.

Nunca dimensioné lo que significaba que él me hubiera elegido. Era mucho más de lo que podía esperar. Fui una privilegiada. Esas experiencias que justifican la vida de uno.

Un día que recuerdo bien y mal,  no me eligió más, o bien, yo elegí no seguirlo, quién sabe. No pude lidiar más con la ferocidad del león. Fue mi limitación, fue mi manera de enfrentarlo. Pasiva, en silencio, pero muy cruel para un hombre que guerrea en palabras. Fue una despedida muda, un distanciamiento sin texto, casi una excepción.

Hombres así no apagan jamás aquello que encienden. Me resuenan sus anécdotas bizantinas, la desfachatez de su relato y el derroche estridente… Me queda la servilleta pizarra, el saber de la ruleta y la gran transformación de estudiante a profe, del apunte al conocimiento, del cuarto a la selva. Todo fue diferente después de David. Por eso me cuesta escribir estas líneas, porque su muerte me devuelve el miedo a que muera el yo que nació con él.

David, cada vez que me pinto los labios recuerdo tu «Piba, no te pintes así». Volví a hacerlo en contadas ocasiones. Había que dar la cara, sin más. Y aquí estoy, como vos me enseñaste, dando la cara con mi «costura» y no sabiendo si sos él o vos. Porque me cuesta la distancia y me cuesta la cercanía… Tan lejos y tan cerca que no tengo forma de ubicarte en mi recuerdo.

Marina Kogan, in memoriam

La docencia tiene estas cosas: estrecha vínculos. De buenas a primeras, tus alumnos son una familia de tránsito por la que uno vela y trabaja. Con el paso del tiempo, esos cuatro o nueve meses se diluyen de manera tibia y saudosa… Aún siento la tibieza de las palabras de algún gran alumno del cole, el vago recuerdo de la conmoción frente a un texto que no era digno de mí, algunas caras borrosas, voces que resuenan como viento y tormenta.

Ayer, uno de esos alumnos que me son nítidos me anunció con impresión dolorosa que una de esas alumnas nítidas había muerto. A los veintiocho años, la estudiante devenida en licenciada fue asaltada por la muerte… Casi una provocación a una mujer que derrochaba vida, una partida sucia, un jaque mate cruel.

Estoy llena de espanto y necesitaba escribir sobre ella para asumir que esa alumna que cursó Prolilat en mi práctico de 19 a 21 ya no está más. No logro creerlo.

Ser profe tiene estas cosas: uno cobra dimensión de la profundidad de esa experiencia cuando ve cómo han crecido sus alumnos, cómo te superan, cómo se hacen expertos o abandonan el barco, cómo construyen la vida. Nunca creí que iba a ser a raíz de la muerte.

Querida Marina, me resuenan tus palabras lindas respecto de mis clases, me parece ver tu amplia sonrisa y sigo intuyendo tu talento. Hoy te recuerdo y te escribo. Creo que como escritora que eras, ser escrita y destinataria es un buen homenaje.

 

Adaptación

Un año y medio justito. La risa, el upa a discreción, la apertura y el cierre de puertas y ventanas a voluntad comienzan a tener un espacio y un tiempo estipulado. Gastón llegó al jardín y descubrió al otro que organiza, limita y abre otras puertas, la institución escolar.

Su mamá (que vengo a ser yo) sostiene la decisión de institucionalizar al pequeño por muchas razones de las que está convencida, pero sufre el límite que se le impone a su bebé, que hoy por hoy es deseo en estado puro. Y sí, Toti está descubriendo que el deseo tiene tiempo y espacio, que está legislado y determinado, que en raras ocasiones va a poder abrirle la puerta para que salga a jugar. Y llora. Hace su duelo profundo y pequeño… Y su mamá también.

Su mamá transita la angustia de su bebito porque sabe que muy pronto él va a entender que «esto sí» y que «esto no». Va a entender que soy su mamá y que me he equivocado, que su mundo está más allá de sus padres, pero básicamente, va a entender. Entonces soy una niña que experimenta como adulta una de las primeras angustias de un ser humano: la certeza de que las puertas del deseo deben ser abiertas no siempre cuando el deseo manda.

Diciembre, mes de carnaval

Ya es raro su nombre: diciembre alude al décimo y no al décimo segundo mes. Es el nombre que viola su representación, casi una denuncia al lenguaje. El sentido indiscutible es el que su significante silencia: la noción de final, de cierre, de efectos (y no de causas)…

El obligado balance es la resultante del balanceo reprimido en busca del equilibrio y el movimiento pendular enloquecido de los finales decididos solo por el paso del tiempo. Por eso en diciembre todo estalla, se sale de sí, se descomprime y, a veces fatalmente, es lo que es.  Llegamos a los polos de nosotros mismos, les vemos la cara a nuestros propios límites.

En mi barrio se quemaba un muñeco el 31 de diciembre a las doce: es el símbolo más cabal del estallido, de la máscara que se cae y nos deja de cara a lo que se viene. Es el derrumbe de todo y su transmutación en nada. Es el fuego que ajusticia y purifica. Somos ese muñeco año tras año.

Diciembre es el mes del carnaval porque revela y nivela. Paradójicamente, nos saca el disfraz y nos presenta sin defensas frente al otro. Estadísticamente, diciembre es un mes «siniestrable»: perdemos el control. Chocamos, gritamos, peleamos; en diciembre fue Cromagnon, en diciembre fue el Cavallazo. Tal vez, en el otro hemisferio, el frío apacigüe los estertores del final.

Enero vuelve a exigirnos orden (no por nada es el mes de Saturno) y somos obedientes. Nos vestimos y volvemos a ser quienes no somos. Hasta el temido décimo mes, que tampoco es tal.

Leer Clarice o leer a Clarice

Clarice como objeto y como sujeto: en ambos casos leerla produce un desacomodamiento que es una exigencia. Clarice nos interpela: nos convierte en buenos lectores o en sus no-lectores. Quienes la leemos creemos en nuestro talento y confiamos en nuestra capacidad para leer lo no dicho. Es una experiencia que inflama la autoestima.

Leer Clarice es ser parte del juego propuesto por sus textos: hay que sortear la trampa de una narración que viola los principios de linealidad temporal y de la construcción de la fábula, hay que evitar la convicción de que estamos frente a literatura de género, hay que renunciar la expectativa de que vamos a abordar una «literatura tropical». Clarice escribe en una clave ajena: su prosa es superficie en movimiento, palabra y lenguaje como agua viva, que también pica y ataca. En realidad, asalta un modo clásico de leer, te deja mojado en la mitad del patio.

Leer a Clarice es dar cuenta de su condición de escritora moderna, de su historia de arraigos y desarraigos, de su elección por el portugués como lengua madre, de su condición de mujer en el mundo de las letras latinoamericanas y de su felicidad clandestina.

Clarice está de moda, pero no es banal como sí lo es cierto gesto snob de «leer Clarice». Las modas no transforman la experiencia. Leer Clarice y leer a Clarice, leerla bien, es una manera de vulnerarse. El devenir vulnerable es la condición para sensibilizarse y ser capturado por la acuosidad de su palabra. Nadar en sus aguas es bracear contracorriente.

El otro

El otro me interpela en lo que del otro tengo. Y no me gusta. La ecuación fatal cuyo producto es el prejuicio. Tengo miedo de no ser propietario, si lo soy tengo miedo de dejar de serlo. La única verdad es el miedo. Y el desprecio a su objetivación:  los pobres, los negros, los otros que me gritan la verdad. Es el desprecio a uno mismo. Es el uno mismo imponiendo el paradigma de normalidad mientras esconde su intolerable.

Ahora bien, el miedo no justifica los medios. El miedo de ser lo que se aborrece es en sí mismo una aberración. El miedo dibuja un rictus triste y patético en el rostro. Y nos vuelve mezquinos, y nos ilumina al otro que tratamos de matar a palos. No hay palo que elimine lo oscuro y lo ominoso; sólo la luz lo conjura en tanto lo revela. Pero somos fotobóbicos, topos con ojos brillantes, agazapados, a la caza de cualquier otro que nos presente ante nosotros mismos.

Gastón

Quiero escribir sobre mi hijo y temo que la prosa se vuelva pringosa. Intentaré evitarlo y escribo su nombre claro, corto, sonoro: Gastón. Gastón, es imposible que el nombre que suena a rugido se me pegotee. Es imposible que la sonrisa que esbozo mientras resuena tu nombre no empaste mi cara.

Soy una madre feliz: mi león me devuelve al instinto primario, al amor sin filtro racional, a una conexión primaria y genuina con las cosas. Soy una mujer en deuda permanente con mis amigos, con mis lecturas, con mi tiempo para hacerme la planchita, con mi maravilloso marido. Y escribo esto para saldar la deuda con la escritura, que sin dudas, es experiencia cifrada.

Gastón, te llamás huésped, dice el diccionario de nombres. Algo así como el que viene, el que visita…, algo así como un otro. Tu llegada es el principio de una lógica ajena, es un origen, nos hace otros y huéspedes de nosotros mismos. Sos el huésped que establece la frontera en otras coordenadas… Sos Gastón Frontera. Tan clarito como el agua. Como si lo hubiésemos pensado así.

El alimento

El origen de este blog tiene que ver con la necesidad, de hecho, así iba a llamarse «la necesidad». Como las cosas que no deben ser no son, el nombre estaba tomado. Pensé en qué deseo podía ilustrar mejor la necesidad y definirla con amplitud, y fue «el hambre», que también estaba tomado. Entonces se impuso el objeto de deseo que no estaba tomado, era mío: es «el alimento». Una iluminación.

El alimento aplaca de manera circunstancial una necesidad vital, por eso así se llama este blog. Es que yo, que me dedico a la enseñanza de literatura (si es que eso es posible) y a la edición de libros de texto, experimento la escritura como rutina, como producto, como medio de obtención del alimento diario, a mi verdadera escritura me la comí. Antropófaga. De alguna manera, esta es la mesa en donde ella seguirá siendo mi alimento, pero el más vital, el más nutritivo y, también, el más costoso de todos.

El Saturno de Goya como imagen que ilustra mi blog es, de alguna manera, representativo. Saturno es el tiempo, el deber y la voz de la ley, aspectos todos relacionados con mi experiencia de escritura. También es el padre que, por deber (o por deuda, que es casi lo mismo) se come el fruto de su propio deseo. Es la relación ambivalente entre el creador y su creación, tópico que abunda en la literatura. Deseo y deber son las semillas de esta mesa sin mantel. Como el deber no ha sido mi mejor musa, «el alimento» remite al deseo y a su satisfacción. Espero que sea la mía y por qué no, la de mis ahora ausentes lectores, a los cuales invento y diseño en este acto fundacional.