Se me agolpa tanto sentimiento que la sincronía del lenguaje es un atentado a la expresión. Y justo cuando quiero homenajearlo en mi blog, que es mi palabra más personal, me quedo sin ellas.
Voy a intentarlo… Allá por el año 2003 mi vida profesional no era. Creo que lo sedujo mi osadía (que para mí era desesperación) cuando descaradamente le dije: «Yo quiero trabajar con usted, David». Después vino la prueba de fuego en La Paz cuando mis propios textos resonaban en su bigote evaluador… «Pensás bien, piba», y volví en mí. La adrenalina a flor de piel, con la sensación de que había que ser valiente para permanecer ahí y la certeza de que había que merecerse semejante compañero de mesa.
Creo que me tuvo cariño. La tana, la quilmeña, la réproba, la sensible, la separada, la anhelante eran las mujeres mías que lo estimulaban y con las que se divertía. Tal vez haya sido amistad, tal vez algo en mí disparaba algún recuerdo enterrado en el centro íntimo de ese hombre feroz.
Nunca dimensioné lo que significaba que él me hubiera elegido. Era mucho más de lo que podía esperar. Fui una privilegiada. Esas experiencias que justifican la vida de uno.
Un día que recuerdo bien y mal, no me eligió más, o bien, yo elegí no seguirlo, quién sabe. No pude lidiar más con la ferocidad del león. Fue mi limitación, fue mi manera de enfrentarlo. Pasiva, en silencio, pero muy cruel para un hombre que guerrea en palabras. Fue una despedida muda, un distanciamiento sin texto, casi una excepción.
Hombres así no apagan jamás aquello que encienden. Me resuenan sus anécdotas bizantinas, la desfachatez de su relato y el derroche estridente… Me queda la servilleta pizarra, el saber de la ruleta y la gran transformación de estudiante a profe, del apunte al conocimiento, del cuarto a la selva. Todo fue diferente después de David. Por eso me cuesta escribir estas líneas, porque su muerte me devuelve el miedo a que muera el yo que nació con él.
David, cada vez que me pinto los labios recuerdo tu «Piba, no te pintes así». Volví a hacerlo en contadas ocasiones. Había que dar la cara, sin más. Y aquí estoy, como vos me enseñaste, dando la cara con mi «costura» y no sabiendo si sos él o vos. Porque me cuesta la distancia y me cuesta la cercanía… Tan lejos y tan cerca que no tengo forma de ubicarte en mi recuerdo.